martes, 13 de agosto de 2013

Evangelio según San Lucas 12,49-53

20º Domingo
de Tiempo Ordinario - Ciclo C -
18/08/13
Lc 12,49-53 
Lc 12,49-53 
Jesús dijo a sus discípulos: Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! 
Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente! 
¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. 
De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: 
el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra". 
Palabra del Señor
      
Análisis detallado del texto:
v. 49He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya hubiera prendido! El fuego que no se apaga viene del cielo, es el fuego del Espíritu, que hace de todo lo que existe la expresión luminosa y ardiente de la presencia divina entre nosotros. El bautismo del amor. Nace la luz, nace el pan, nace el agua, ¡nace Dios!... 
v. 50. Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla! La angustia, síntoma de aquellos miedos que nos aferran desde dentro, nos descomponen y nos dejan sin aliento, la experimentó también Jesús. ¿Qué se puede hacer frente a la angustia? No se puede hacer nada, sino esperar que se cumpla lo que es bueno y que los temores sean inmersos en el mismo acontecimiento. La angustia nos aferra y puede demoler toda posibilidad de movimiento interior. La angustia de quien tiene confianza y acoge la vida, incluso aferrándose a la persona con un mordisco terrible, que no tira por tierra, sino que fortifica y destruye en la espera todas las ilusiones y las esperanzas fáciles.
v. 51. ¿Creéis que estoy aquí para poner paz en la tierra? No, os lo aseguro, sino divisiónEl hombre busca la paz, pero ¿qué paz? La paz del que “no me molestes”, la paz de “no crearnos problemas”, la paz de “todo va bien”, una paz superficial. Esta es la paz terrena. Jesús ha venido a traernos la paz verdadera, la plenitud de los dones de Dios. Esta paz no se llama ya paz, sino que en cuanto que va contra la paz aparente, se llama a los ojos del mundo “división”. Se puede decir mejor que la paz de Cristo elige y en cuanto que elige, discrimina, como un imán que un campo magnético atrae a sí los elementos de la misma “naturaleza”, pero que no realiza ninguna atracción en los que no son de la misma naturaleza.
vv. 52-53. Porque desde ahora habrá cinco en una casa y estarán divididos; tres contra dos, y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.» Todo lo que divide no viene de Dios, porque en Dios se realiza la unidad. Pero en su nombre es posible ir más allá del mandamiento natural. Honra al padre y a la madre, dice la ley antigua. Y la ley nueva que es aquella del amor sin límites llega a decir: Quien ama al padre y a la madre más que a mí, no es digno de mí. En tal caso, la división se puede entender como prioridad de amor, jerarquía de valores. A Dios, fuente de la vida, corresponde el primer lugar. Al padre y a la madre que han acogido la vida, el segundo lugar… un orden tal está en la naturaleza lógica de la creación. No es honrar al padre y a la madre desobedecer a Dios, o amar menos a Cristo. Porque el amor del padre y de la madre es un amor de respuesta, el amor de Dios es generador.
Reflexión:
¡Ojala pudiésemos también nosotros llevar el fuego a la tierra de nuestro corazón! Un fuego capaz de extenderse sin causar incendios, sino creando lazos de intercambios vivos… El que juega con el fuego se encuentra, ciertamente, con las manos quemadas, pero ¡cuánto beneficio para todos! El fuego divide, crea círculos de encuentros y barreras de tránsito inaccesibles. Como en todas la cosas divinas, también encontramos una alternativa: con Cristo o contra Él. Sí, porque hace falta no olvidar nunca que es un signo de contradicción para cada época, piedra de escándalo para todos los que miran hacia lo alto esperando milagros y prodigios, y piedra angular para el que mira sus manos cansadas y agarra las manos de un carpintero tratando de construir la casa de la esperanza, la Iglesia. Un tiempo de gracia: ¿cómo no reconocerlo? Si pasas al lado de un fuego encendido, sientes el calor. ¡Y Cristo es un fuego encendido! Si atraviesas un torrente caudaloso en un día de verano, sientes la frescura y te sientes atraído por aquel movimiento que se acerca a ti para quitarte la sed y darte momentos de descanso. ¡Y Cristo es el agua que salta hasta la vida eterna! Si escuchas durante la noche el silencio, te sientes tembloroso en la espera de la luz del nuevo día que vendrá. ¡Y Cristo es el sol que surge! Es Palabra que en la noche es silencio y nos orienta hacia sílabas de un nuevo diálogo. ¿Por qué no te das cuenta que es necesario hacer caer cualquier hostilidad y caminar con cualquiera, reconociéndolo como hermano? Si lo ves como enemigo, tratas de buscar justicia… Si lo ves como hermano, te viene a la mente el ayudarlo y hacer juntos un trozo de camino, de compartir con él tus angustias y tus ansias, de escuchar sus preocupaciones. ¿Por qué quieres hacer pagar a toda costa hasta el último céntimo?

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