“Hay una gran diferencia entre eliminar los sufrimientos de una persona y eliminar a la persona para que no sufra”. Algo así ha dicho recientemente una gran especialista en el campo de los cuidados paliativos. Y tiene toda la razón.
Uno se pregunta por qué los políticos tienen tanto interés en promover y legitimar la eutanasia y tan poco interés en dedicar más fondos para aumentar y dotar las unidades de cuidados paliativos.
Otra pregunta inevitable: ¿Por qué los partidos políticos que surgieron para defender los derechos de los trabajadores y de los proletarios tienen tanto interés en promulgar leyes que atentan contra la dignidad de la persona?
Claro que esta segunda pregunta trae a nuestra mente otra tercera, que responde a la cuestión fundamental: ¿En qué se está poniendo la dignidad de la persona y quién es el que decide cuál es el límite entre defenderla e ignorarla?
Sobre este tema, por alguna parte aparecen citadas unas palabras del papa Francisco como si fueran una clamorosa novedad. Se olvida o se ignora lo que en tres afirmaciones muy claras ya se encontraba en el Catecismo de la Iglesia Católica:
• “Aunque la muerte se considere inminente, los cuidados ordinarios debidos a una persona enferma no pueden legítimamente ser interrumpidos.
• El uso de analgésicos para aliviar los sufrimientos del moribundo, incluso con riesgo de abreviar sus días, puede ser moralmente conforme a la dignidad humana, si la muerte no es buscada, ni como fin ni como medio, sino solamente prevista y tolerada como inevitable.
• Los cuidados paliativos constituyen una forma privilegiada de la caridad desinteresada. Por esta razón deben ser alentados” (n. 2279).
Esta doctrina refleja lo que previamente había afirmado ya la declaración vaticana “Iura et bona” sobre la eutanasia (5.V.1980). Allí se introducía una importante novedad sobre la doctrina tradicional. De hecho, en lugar de hablar de medios ordinarios y extraordinarios, se prefería la terminología de los medios proporcionados y desproporcionados a la hora de tratar a los enfermos graves o terminales.
De todas formas, el tema de la sedación para aliviar el dolor, evitando siempre la intención de dar la muerte, ya había sido previamente expuesto por el papa Pío XII en el otoño de 1947.
Por tanto, desde hace tiempo hay en la doctrina de la Iglesia católica una base largamente pensada para afrontar la cuestión del dolor sin necesidad de acudir al homicidio, educadamente encubierto bajo las etiquetas de la eutanasia, la muerte digna o la muerte por compasión.
La atención a los cuidados paliativos es una respuesta adecuada a la preocupación general del dolor en las situaciones más graves. Si el fin no justifica los medios, tampoco un sentimiento bueno podrá jamás justificar un fin malo.
José-Román Flecha Andrés