martes, 1 de abril de 2014

Evangelio según San Juan 11,1-45

Vº Domingo 
de Tiempo de Cuaresma - Ciclo A -
06/4/14
Jn 11,1-45
Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. 
María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. 
Las hermanas enviaron a decir a Jesús: "Señor, el que tú amas, está enfermo". 
Al oír esto, Jesús dijo: "Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella". 
Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. 
Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. 
Después dijo a sus discípulos: "Volvamos a Judea". 
Los discípulos le dijeron: "Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿quieres volver allá?". 
Jesús les respondió: "¿Acaso no son doce la horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él". 
Después agregó: "Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo". 
Sus discípulos le dijeron: "Señor, si duerme, se curará". 
Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte. 
Entonces les dijo abiertamente: "Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo". 
Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: "Vayamos también nosotros a morir con él". 
Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro Días. 
Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros. 
Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. 
Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. 
Marta dio a Jesús: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. 
Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas". 
Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará". 
Marta le respondió: "Sé que resucitará en la resurrección del último día". 
Jesús le dijo: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá: y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?". 
Ella le respondió: "Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo". 
Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: "El Maestro está aquí y te llama". 
Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro. 
Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado. 
Los Judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí. 
María llegó adonde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto". 
Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: "¿Dónde lo pusieron?". Le respondieron: "Ven, Señor, y lo verás". 
Y Jesús lloró. 
Los judíos dijeron: "¡Cómo lo amaba!". 
Pero algunos decían: "Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?". 
Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y le dijo: "Quiten la piedra". Marta, la hermana del difunto, le respondió: "Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto". 
Jesús le dijo: "¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?". 
Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: "Padre, te doy gracias porque me oíste. 
Yo sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado". 
Después de decir esto, gritó con voz fuerte: "¡Lázaro, ven afuera!". 
El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: "Desátenlo para que pueda caminar". 
Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él. 

Palabra del Señor   
Reflexión
En los domingos anteriores, Jesús, se ha presentado como el Agua viva y como la Luz del mundo. Ahora se dirige al encuentro de la muerte: de su propia muerte y de la de su amigo, Lázaro. Lo hace para manifestarse, paradójicamente, como la Resurrección y la Vida. 
Nuestra esperanza
El relato de la resurrección de Lázaro es sorprendente. Por una parte, nunca se nos presenta a Jesús tan humano, frágil y entrañable como en este momento en que se le muere uno de sus mejores amigos. Por otra parte, nunca se nos invita tan directamente a creer en su poder salvador: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque muera, vivirá… ¿Crees esto?». Jesús no oculta su cariño hacia estos tres hermanos de Betania que, seguramente, lo acogen en su casa siempre que viene a Jerusalén. Un día Lázaro cae enfermo y sus hermanas mandan un recado a Jesús: nuestro hermano «a quien tanto quieres» está enfermo. Cuando llega Jesús a la aldea, Lázaro lleva cuatro días enterrado. Ya nadie le podrá devolver la vida.
La familia está rota. Cuando se presenta Jesús, María rompe a llorar. Nadie la puede consolar. Al ver los sollozos de su amiga, Jesús no puede contenerse y también él se echa a llorar. Se le rompe el alma al sentir la impotencia de todos ante la muerte. ¿Quién nos podrá consolar?
Hay en nosotros un deseo insaciable de vida. Nos pasamos los días y los años luchando por vivir. Nos agarramos a la ciencia y, sobre todo, a la medicina para prolongar esta vida biológica, pero siempre llega una última enfermedad de la que nadie nos puede curar.
Tampoco nos serviría vivir esta vida para siempre. Sería horrible un mundo envejecido, lleno de viejos y viejas, cada vez con menos espacio para los jóvenes, un mundo en el que no se renovara la vida. Lo que anhelamos es una vida diferente, sin dolor ni vejez, sin hambres ni guerras, una vida plenamente dichosa para todos.
Hoy vivimos en una sociedad que ha sido descrita como “una sociedad de incertidumbre” (Z. Bauman). Nunca había tenido el ser humano tanto poder para avanzar hacia una vida más feliz. Y, sin embargo, nunca tal vez se ha sentido tan impotente ante un futuro incierto y amenazador. ¿En qué podemos esperar?
Como los humanos de todos los tiempos, también nosotros vivimos rodeados de tinieblas. ¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? ¿Cómo hay que vivir? ¿Cómo hay que morir? Antes de resucitar a Lázaro, Jesús dice a Marta esas palabras que son para todos sus seguidores un reto decisivo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que crea en mí, aunque haya muerto vivirá… ¿Crees esto?»
A pesar de dudas y oscuridades, los cristianos creemos en Jesús, Señor de la vida y de la muerte. Sólo en él buscamos luz y fuerza para luchar por la vida y para enfrentarnos a la muerte. Sólo en él encontramos una esperanza de vida más allá de la vida.
Fuente: José Antonio Pagola
     

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