Reflexión
La primera lectura que nos presenta la liturgia para esta celebración está tomada del profeta Isaías (7,10-14), que termina diciendo: “Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa ‘Dios-con-nosotros’”. (Is 7,14).
El Evangelio, tomado del relato de Lucas, nos brinda la narración tan hermosa del evangelista sobre el anuncio del nacimiento de Jesús (1,26-38), uno de los pasajes más citados y comentados de las Sagradas Escrituras. No creo que haya un cristiano que no conozca ese pasaje.
Centraremos nuestra atención en el último versículo del mismo: “María contestó: ‘Aquí está la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra’. Y la dejó el ángel”.
“Hágase”… No podemos encontrar otra palabra que exprese con mayor profundidad la fe de María. Es un abandonarse a la voluntad de Dios con la certeza que Él tiene para nosotros un plan que tal vez no comprendemos, pero que sabemos que tiene como finalidad nuestra salvación, pues esa es la voluntad de Dios. En la Anunciación, María, con su “hágase”, hizo posible el misterio de la Encarnación y dio paso a la plenitud de los tiempos y a nuestra redención. Así nos proporcionó el modelo a seguir para nuestra salvación.
Por eso podemos decir que “hágase” no es una palabra pasiva; por el contrario, es una palabra activa; es inclusive una palabra con fuerza creadora, la máxima expresión de la voluntad de Dios reflejada a lo largo de toda la historia de la salvación. Desde el Génesis, cuando dentro del caos inicial Yahvé dijo: “Hágase la luz” (Gn 1,2), hasta Getsemaní, cuando Jesús utilizó también la fuerza del “hágase” para culminar su sacrificio salvador: “Padre, si es posible aparta de mí esta copa; pero hágase tu voluntad y no la mía” (Lc 22,42).
El consentimiento de María a la propuesta del ángel, significado en su “hágase”, hizo posible que en ese momento se realizara sobre la tierra todo ese misterio de amor y misericordia predicho desde la caída del hombre (Gn 3,15), anunciado por los profetas, deseado por el pueblo de Israel, y anticipado por muchos (Mt 2,1-11).
Proyectando nuestra mirada hacia el Misterio Pascual, estoy seguro que la fuerza del “hágase” hizo posible que María se mantuviera erguida, con la cabeza en alto, al pie de la cruz en los momentos más difíciles. Asimismo, ese hágase de María al pie de la cruz, unido al de su Hijo, transformó las tinieblas del Gólgota en el glorioso amanecer de la Resurrección. Esa era la voluntad de Dios, y María lo comprendió, actuó de conformidad, y ocurrió.
¡Gracias, María!
Fuente: http://delamanodemaria.com/
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