jueves, 25 de junio de 2015

Evangelio según San Marcos 5, 21-43 - "Curación de una mujer y resurrección de la hija de Jairo"

13º Domingo
de Tiempo Ordinario - Ciclo B
"Curación de una mujer y resurrección de la hija de Jairo"
28/06/15
Mc 5, 21-43

Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar.
Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, 23 rogándole con insistencia: "Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva".
Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados.
Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias.
Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor.
Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, 28 porque pensaba: "Con sólo tocar su manto quedaré curada".
Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal.
Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: "¿Quién tocó mi manto?".
Sus discípulos le dijeron: "¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?".
Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido.
Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad.
Jesús le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad".
Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: "Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?".
Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que creas".
Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, 38 fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba.
Al entrar, les dijo: "¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme".
Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba.
La tomó de la mano y le dijo: "Talitá kum", que significa: "¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!".
En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, 43 y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que dieran de comer a la niña.
Palabra del Señor
Reflexión

LA FE Y LA VIDA
“Dios no hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes”. Así lo proclama el texto del libro de la Sabiduría que hoy se lee en la celebración de la eucaristía “Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo imagen de su propio ser; pero la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo, y los de su partido pasarán por ella” (Sab 1,13-15; 2,23-25). 
Es verdad que la cultura griega del momento aceptaba solamente una cierta inmortalidad del espíritu humano, pero no podía llegar a creer en la resurrección de los muertos. Bien clara quedó esa resistencia en la actitud displicente con la que los sabios atenienses recibieron el discurso que San Pablo les dirigió en el Areópago.
El texto bíblico no pretende enzarzarse en esas discusiones. Al autor sólo le interesa subrayar la fe en el Dios creador de la vida. El hombre ha sido creado a imagen de Dios. Pero la justicia de Dios, es decir, su santidad y su misericordia son eternas. Luego también el hombre está llamado a sobrevivir más allá de la frontera de la muerte

LAS SEMEJANZAS
Acompañada de la enfermedad y el dolor, la muerte aparece también en el evangelio de hoy (Mc 5,21-43). Es un relato muy rico en el que las semejanzas se entrecruzan con los contrastes. Por muy interesantes que sean los detalles de esta doble escena, todos apuntan a Jesús. En Él se manifiestan el poder y la misericordia de Dios.
• En el texto se evocan de modo muy llamativo dos realidades tan humanas como son la enfermedad y la muerte. Ambas aparecen aquí reflejadas en la peripecia de dos mujeres. Una lleva doce años enferma de hemorragias. Y doce años tenía también la hija de Jairo al caer en brazos de la muerte. 
• En las dos situaciones se subraya el poder de la oración. Por la niña intercede su padre con una súplica expresada en palabras. La mujer enferma ruega por sí misma, desde el silencio de su soledad. En casa de Jairo, la algarabía deja paso al silencio. La mujer enferma es arrancada del silencio para hacer pública su sanación. Su silencio reclama la Palabra que es Jesús.

EL TACTO Y LA FE
El relato evangélico subraya además la importancia del tacto físico, es decir de la cercanía del ser humano a la humanidad de Cristo. Pero al mismo tiempo nos advierte del riesgo de caer en la magia. El tacto y la palabra son nada y menos que nada sin la fe. 
• En los dos casos, se subraya la importancia de los sentidos. Jesús “notó” que alguien le había tocado y que de él había salido un poder. También la mujer enferma “notó” que había sido curada. Por otra parte. Jesús “tomó de la mano” a la niña muerta. Evidentemente, la divinidad de Cristo no supone la negación de su humanidad.
• Pero en los dos casos adquiere una importancia definitiva la fe. Creer en Jesús es confiar en la bondad y la misericordia de Dios, que se hacen manifiestas en las palabras y en los gestos de su Hijo. Jesús dice a la mujer que su fe la ha salvado. A Jairo Jesús le dirige una exhortación a la confianza: “No temas; basta que tengas fe”. 
- Señor Jesús, tú conoces nuestra debilidad y la fragilidad de todas las personas atormentadas por la enfermedad y por el miedo a la muerte. Te reconocemos como nuestro Salvador. Que nuestra fe nos acerque a ti. Y que también nosotros nos dejemos tocar por el dolor de todos los que sufren, para que podamos hacer visible tu misericordia. Amén.                                                               José-Román Flecha Andrés

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