miércoles, 1 de noviembre de 2017

Evangelio según San Mateo 23,1-12 - "La hipocresía y la vanidad de los escribas y los fariseos"

31º Domingo
Tiempo Ordinario - Ciclo A
"La hipocresía y la vanidad de los escribas y los fariseos"
5/11/17
Mt 23,1-12

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Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos: 
«Los escribas y los fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen.
Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo.
Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargas los flecos de sus mantos; les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, ser saludamos en las plazas y oírse llamar "mi maestro" por la gente.
En cuanto a ustedes, no se hagan llamar "maestro", porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos.
A nadie en el mundo llamen "padre", porque no tienen sino uno, el Padre celestial.
No se dejen llamar tampoco "doctores", porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías.
Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros, porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado».

Palabra del Señor 
Reflexión

HUMILDAD Y SERVICIO
“Esto es lo que os mando, sacerdotes: Si no escucháis y no ponéis todo vuestro corazón en glorificar mi nombre, dice el Señor del universo, os enviaré la maldición y maldeciré vuestra bendición”. Es tremendo este oráculo divino que transmite Malaquías (Mal 2,1-2). Dios está dispuesto a maldecir los bienes que habían sido distribuidos a los levitas. 
Pero no es una condena injusta. El Señor se queja con razón, porque los sacerdotes habían hecho que muchas personas tropezaran en la Ley de Moisés. Su boca no había proclamado el camino recto. Y habían sido parciales en la aplicación de las normas legales.
El texto se cierra con un lamento del profeta, que es aplicable a todos los creyentes de todos los tiempos y lugares: “¿No tenemos todos un mismo padre? ¿No nos creó el mismo Dios? ¿Por qué entonces nos traicionamos unos a otros, profanando la alianza de nuestros padres?” (Mal 2,10).
A esas quejas respondemos humildemente en el salmo responsorial, cantando: “Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros” (Sal 130,1). De esa humildad nos da ejemplo el apóstol Pablo en su primera carta a los fieles de Tesalónica, al confesar: “Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos” (1Tes 2,7).

TRES FALTAS
En la primera parte del evangelio que hoy se proclama, Jesús advierte a la gente de las graves faltas de los letrados y de los fariseos (Mt 23,1-7). 
• Su primer pecado es la incoherencia. ”No hacen lo que dicen”. Repiten una y otra vez las enseñanzas de la Ley de Moisés pero no viven de acuerdo con lo que enseñan. Conocen la letra de la Ley pero no han asimilado su espíritu.
• El segundo pecado es la indiferencia. Ignoran los fardos pesados que cargan sobre los hombros de los demás y no mueven ni un dedo para ayudarles. No han aprendido la importancia de la compasión y no imitan la misericordia de Dios.
• El tercer pecado es la vanidad. “Todo lo que hacen es para que los vea la gente”. Hasta su oración la han convertido en un espectáculo para atraer la atención. Les gusta recibir honores. Y ese es el único motivo que los mueve.

TRES CONSEJOS
En la segunda parte de este texto evangélico, Jesús se dirige a sus propios discípulos con tres advertencias importantes (Mt 23,8-12). 
• Por dos veces les dice que ninguno de ellos se haga llamar Rabbí, es decir maestro u orientador de la vida moral, pues su maestro es uno solo y todos ellos han de reconocerse como hermanos entre sí (Mt 23,8.10).
• Les pide, además, que a nadie de la tierra llamen Abbá, es decir padre, porque uno solo es su Padre, el del cielo (Mt 23,9). Es evidente que de nuevo Jesús quiere subrayar la fraternidad que une y ha de unir a todos los suyos.
• Finalmente repite lo que ya había enseñado a sus discípulos, a propósito de las pretensiones de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que deseaban puestos importantes en su Reino: “El primero entre vosotros será vuestro servidor” (Mt 23,11; 20,26).
- Señor Jesús, reconocemos nuestros pecados que escandalizan a nuestros hermanos. Que tu Espíritu nos ayude a ser siempre humildes y servidores de los demás, puesto que todos nosotros somos hijos del mismo Padre celestial. 

José-Román Flecha Andrés
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