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“AVE MARÍA PURÍSIMA”
En la fiesta de la Inmaculada Concepción de María, recordamos el saludo con el que el ángel Gabriel la reconoce como la agraciada por el Señor. Sobre ella se ha derramado el favor gratuito de Dios.
Al proclamar el dogma de la Inmaculada Concepción de María, el 8 de diciembre de 1854, el papa Pío IX afirmaba que numerosos padres y doctores de la Iglesia ven en la mujer anunciada en el Génesis a la madre de Cristo, María, reconociéndola como la "nueva Eva".
Este misterio ha encontrado acogida en numerosas muestras de la religiosidad popular. Los pobres llamaban a nuestras puertas con la invocación “Ave, María Purísima”, a la que se respondía: “Sin pecado concebida”. Las monjas de clausura saludaban desde el otro lado del torno proclamando esta verdad de fe. Y con ella se acercaban los penitentes al confesonario.
En la Inmacuada se han fijado muchos pintores del barroco, como Mella y Pacheco, Rubens y Tiépolo, Cano, Goya, Mena y Zurbarán, Murillo o el Greco. Contemplamos con admiración la Purísima que nos dejó Ribera en la iglesia salmantina que lleva ese título.
En el retablo de la capilla de la Universidad de Salamanca se representa el juramento de los profesores que se comprometían a defender este privilegio mariano. Y en el Aula Magna de la Universidad Pontificia de Salamanca se evoca la sesión V del Concilio de Trento sobre el pecado original, del cual quedó exenta María, como allí lo refiere una cartela.
La Liturgia de las Horas recoge unos versos que sobre la Inmaculada Concepción de María escribió Francisco de Borja y Aragón (1581-1658): “Reina y Madre, Virgen pura, que sol y cielo pisáis, a vos sola no alcanzó la triste herencia de Adán. ¿Cómo en vos, Reina de todos, si llena de gracias estáis, pudo caber igual parte de la culpa original?”
En el prefacio de la misa cantamos este privilegio que significa y resume la vocación de toda la Iglesia: “Porque preservaste a la Virgen María de toda mancha de pecado original, para que en la plenitud de la gracia fuese digna madre de tu Hijo y comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura. Purísima había de ser, Señor, la Virgen que nos diera el Cordero inocente que quita el pecado del mundo. Purísima la que, entre todos los hombres, es abogada de gracia y ejemplo de santidad”.
Contra lo que algunos piensan, las estrellas de la bandera de la Comunidad Europea no representan los estados miembros. Basta contarlas. Los padres fundadores se inspiraron en la aureola de María que, sobre fondo azul, se encuentra en la vidriera del ábside de la catedral de Estrasburgo.
María es la imagen del nuevo pueblo de Dios. Es también el icono de una humanidad que, a pesar de sus manchas, sueña siempre con la limpieza. Que María sea la estrella que orienta nuestro camino de ciudadanos y de creyentes.
José-Román Flecha Andrés
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