El Duelo
Una etapa de la vida
Arnaldo Pangrazzi es un religioso de la orden de San Camilo, doctorado en teología y miembro del Instituto Internacional de Teología Pastoral Sanitaria de Roma. Coordina, además, la animación de grupos pastorales de la salud que trabajan con personas que sufrieron pérdidas, en varios países.
Mientras visitaba la Argentina para brindar sus cursos de animación en Morón, Olivos, Acasusso, en la provincia de Buenos Aires y en la Universidad Católica de Córdoba, el padre Pangrazzi accedió a exponer sus pensamientos sobre el duelo:
El nacimiento es la primera pérdida. Es el primer duelo. Cuando el niño nace emite un grito, un gemido que es el dolor porque perdió la seguridad del gremio materno. Después esa pérdida acompaña la pérdida más grande, el amor. El amor es una herida porque, cuando empezamos a amar, empezamos a sufrir. Hay conflicto, malentendidos, hay desapegos.
Todas las relaciones se acaban. El duelo es el precio que pagamos por amar. Cuando uno decide amar, debe pensar que comienza a sufrir.
Todos estos desapegos o pérdidas específicas sirven para prepararnos a enfrentar la última pérdida que es la muerte.
Los duelos que nos hacen sufrir son los duelos violentos. La muerte sucede repentinamente: un accidente de carretera o de trabajo, un homicidio, la guerra, un suicidio. Algo se rompe por dentro, es muy violento, muy impactante.
Algunos duelos son enmascarados o no resueltos. Por ejemplo, aquí en la Argentina, hubo desaparecidos. Cuando no se ven las personas, y los cadáveres han desaparecido, uno no sabe cómo sucedió, qué pasó. No poder ver, no poder acompañar complica la elaboración del duelo.
Existe un principio en la vida que tenemos que integrar. No se puede vivir sin sufrir. Eso es desde el nacimiento hasta la tumba. Ahora cómo cada uno maneja los sufrimientos es lo que hace la diferencia. Porque algunas personas, frente al sufrimiento, no lo aceptan y lo llenan de alcohol o de droga, o de hipertrabajo.
El sufrimiento tiene dos opciones fundamentales. O el sufrimiento nos hace madurar y se transforma en crecimiento, es decir, la fecundidad del dolor que nos hace más sabios, más humanos, más tiernos, más cercanos a los demás. O el sufrimiento crea o produce esterilidad. La herida nunca se ha sanado. Sólo ha producido amargura, resentimiento, pus. Entonces, después de veinte o treinta años, esta persona se siente víctima de la vida. Todo es absurdo. La persona está deprimida.
No podemos elegir los dolores. Podemos elegir cuáles actitudes asumir ante el sufrimiento. La más saludable y difícil de conseguir es la aceptación. El dolor no es para siempre. Detrás de las nubes, está el sol. Tal vez, llueva, haya tempestad por varios días, pero no será así todo el año. El sol saldrá otra vez. Tienes que tener paciencia, aguantar, ser resistente. Poco a poco, aparecerán rayos de sol, elementos de esperanza, relaciones que se renuevan, descubrimientos. Y tienes que saborear. No serás infeliz para siempre porque sufriste esta pérdida.
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