lunes, 8 de julio de 2013

Evangelio según San Lucas 10, 25-37 - "El buen samaritano" -

15º Domingo
de Tiempo Ordinario - Ciclo C -
14/07/13
Lc 10, 25-37


Y entonces, un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?".
Jesús le preguntó a su vez: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?".
El le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo".
"Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida".
Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?".
Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: "Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto.
Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo.
También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino.
Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió.
Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo.
Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: "Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver"
¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?".
"El que tuvo compasión de él", le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: "Ve, y procede tú de la misma manera".
Palabra del Señor
Reflexión
Aprended lo que significa:  «misericordia quiero y no sacrificios» (Mt 9, 13)
Santiago y Juan, impetuosos y presumiendo—no diferentes a unos modernos homólogos suyos—de tener la mente de Dios, desean la ruina de los samaritanos.  Los samaritanos, además de practicar una religión espuria, no reciben a Jesús de camino a Jerusalén.
Pero Jesús regaña a los hermanos.  La venganza y la inquisición solo llevan a más y peores violencias y cismas. Más adelante, contará una parábola para contestar a un aficionado a la dialéctica.  Efectivamente, cuestionará estereotipos de los que quizás tienen mucho que ganar más que nadie los letrados y los encargados del culto en el templo de Jerusalén, a diferencia del culto en el Monte Gerizim.  La parábola también describirá al narrador.
Jesús es como el samaritano que es el prójimo de la persona en situación desesperada.  No le preocupa el riesgo de contagiarse de alguna impureza que le descalifique del culto.  Come con publicanos.  Se deja tocar por una prostituta.  No rehúye a leprosos; los cura, al igual que cura a una mujer con hemorragia.  Bien sabe que el culto puro es socorrer a los indefensos y no mancharse de la indiferencia y el egoísmo del mundo.  El que por nuestra salvación ha bajado del cielo es el primero de los que «dejan a Dios por Dios».
No se le ocurre al samaritano que la escena pueda ser solo una martingala de parte de los bandidos.  Se conmueve de lástima hasta las entrañas que, sin ver peligro alguno, sin ningún miedo, se acerca al medio muerto y se agacha. Y no da solamente los primeros auxilios.
Así de resuelto, Jesús enfrenta con valentía su destino para llamar a todos a la conversión y llevar a pleno término el reino de Dios y su justicia.  Por nosotros contaminados, todo lo entegra el Salvador, «haciendo la paz por la sangre de su cruz», sin pedir ningún DNI, pues, ser hijos e hijas de Dios es suficiente (Papa Francisco).
Ratificamos este parentesco con el Padre celestial, que es bondadoso con los justos e injustos, precisamente en cuanto lo imitamos, amando y haciendo el bien a todos, rezando por todos, amigos y enemigos, apoyantes y oponientes, bienhechores y perseguidores.  Y reconocemos debidamente a Jesús como el primogénito en la medida en que somos como él, el siervo que da su vida por nosotros.
Cuando practicamos, como Jesús, la misercordia con los desamparados, nuestra celebración eucarística es pura delante de Dios y elogiable.  Así cumplimos también el mandamiento del Señor que está muy cerca de nosotros:  al Verbo encarnado lo acariciamos y le besamos las llagas con ternura al acariciar nosotros y besarles las llagas a los pobres, lo que constituye el camino—y no hay otro—para encontrarnos con Jesús-Dios (Papa Francisco).
Este único camino, claro, es el de los seguidores de san Vicente de Paúl y del beato Federico Ozanam.  Captando también el misterio en los sufrientes, mediadores de la luz (Lumen fidei 57), los dos nos exhortan a contemplar a los pobres como representantes del Hijo de Dios y a proclamar, postrados a sus pies y tocando sus llagas: «¡Señor mío y Dios mío!» (XI, 725; Carta del beato a Luis Janmot, 3 de noviembre de 1836).

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